Las dificultades para dejar de alquilar y acceder a un inmueble afectan al cuerpo y la mente. “Provoca la frustración sostenida de no poder cumplir lo que debería ser algo básico como la vivienda”, advierte una psicóloga.
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¿Sigue siendo un sueño o es una pesadilla? El anhelo convertido en objetivo a alcanzar, en tiempos que remontan mínimamente a más de dos décadas, resulta por estos días ni siquiera estar en mente, puesto que asoma como una utopía. La casa propia le cedió su lugar a la casa prestada, o mejor dicho alquilada, que ya implica notables esfuerzos para al menos poder seguir viviendo bajo techo. Si bien los créditos hipotecarios alcanzaron cifras récord, este año, son completamente insuficientes para incrementar la masa de propietarios.
En este sentido, Fernando Álvarez De Celis, presidente de “Tejido Urbano”, aclaró a Crónica: “No somos un país con mucho crédito hipotecario. Por ejemplo, en la Ciudad de Buenos Aires se pasó de 20% de inquilinos a 40%”. Pero, a su vez, remarcó: “No obstante, más allá de las dificultades y de no confiar en los bancos, la gente siempre pregunta por los créditos”.
Un deseo que se cristalizó este año en la designación de 50.000 planes de financiamientos hipotecarios bancarios, siendo 31.500 de ellos bajo los créditos UVA, cuyas variaciones se registran de acuerdo al índice inflacionario. Mientras que se realizaron 250.000 consultas para ingresar a este beneficio. Al respecto, Álvarez De Celis destacó que “cuando hay baja inflación es un golazo tener un crédito UVA”. Por esta razón, el especialista reveló: “Este año va a ser el segundo mejor año del siglo. El primero fue en 2017, y se cortó con el crecimiento de la inflación. Es el sexto mejor desde la vuelta a la democracia”.
En principio, resulta un camino atractivo para llegar a la meta de la vivienda propia dado que un crédito de 100.000 dólares se traduce en un plan de cuotas de 750.000 pesos durante 20 años. Un monto similar a un alquiler. Sin embargo, se debe contar con el 20 % de adelanto del valor del inmueble. Un requisito que suele ser uno de los mayores. Impedimentos por el poder adquisitivo y el costo de vida, dentro del cual se incluye el pago por arrendar una propiedad. En referencia a ello, Norma, de la localidad bonaerense de San Martín, reconoció: “Desde los 14 años que trabajo y hoy, a mis 58, ni trabajando 24 horas x 7 días, me pude comprar un monoambiente. Gracias si tenés la suerte de pagar el alquiler”.
En relación a ello, Federico Prior, de la Federación de Inquilinos, enfatizó que “alrededor de un 30% del total de la población del país accede a la vivienda por contrato de alquiler”. En ese contexto, para quienes no tienen otra opción habitacional, “el costo del alquiler impacta en un 36,5 % de los ingresos familiares”, indicó Pablo Tomasini, director de Protección al Consumidor de Neuquén. A su vez, detalló: “El 50 % de los ingresos se emplea en el alquiler, servicios, impuestos y expensas. Por eso es extremadamente difícil comprar una vivienda. No existe política pública de Nación respecto al acceso a la vivienda propia”.
En este sentido, Prior reconoció que “hoy las familias están asfixiadas”. Por eso, el referente de la Federación de Inquilinos consideró que “es una barbaridad porque no te deja margen para vivir y menos para proyectar”.
El hecho de vivir con la soga al cuello y en una casa que no es propia, que arrastra más del 50 % del sueldo, afecta notablemente los ánimos, cristalizándose en desazón, resignación y angustia. Al respecto, la Licenciada en Psicología Daniela Gasparini explicó: “La imposibilidad de acceder a una vivienda propia es también un problema de salud mental. Puesto que provoca la frustración sostenida de no poder cumplir lo que debería ser algo básico como la vivienda”.
En ese declive emocional, muchas veces transitando en una pendiente cada vez mas marcada, y con la sensación de terminar en un pozo, Gasparini aseguró que “pagar un alquiler se vuelve el objetivo salarial y es la sensación de estar corriendo sin avanzar jamás”. En ese laberinto sin salida, asoma “el futuro como abstracción inalcanzable, la incapacidad de proyectarse a futuro genera la conocida desesperanza aprendida, la idea de que el esfuerzo no modificará el resultado, y este estado genera desmotivación”, concluyó Gasparini.
Por su parte, su colega Laura Caballaro afirmó: “La gente está viviendo en un contexto donde el sueldo no alcanza, la deuda crece y la independencia es casi un privilegio. Eso impacta en el cuerpo y en la mente”.
